Prólogo
Prólogo de David Jou
Agradezco la invitación a prologar este nuevo libro de Mario Sabán, estudioso cuya obra sigo con interés desde hace algunos años. No conozco otra persona con tantas tesis doctorales como él y, a pesar de haber sido escritas y defendidas en áreas de conocimiento muy diversas, no son resultado de una dispersión, sino de una profundización en múltiples aspectos del judaísmo y la Cábala. En concreto, Sabán publicó en 2011 el libro Sod 22: el secreto, con sus conocimientos de la Cábala hasta esa fecha; en 2013, el libro Maase Bereshit: el Misterio de la Creación, sobre la creación del universo desde la cosmogonía cabalística; en 2016, La cábala: la psicología del misticismo judío; y en 2018 presentó dos tesis doctorales, una en el área de la Teología sobre el Dios de la Merkabá y otra en el área de la Matemática aplicada sobre el concepto del Infinito y su relación con la Cábala, a través del Ein Sof. En este libro, comunica sus nuevas investigaciones y reflexiones sobre algunos aspectos cosmológicos de la Cábala.
Este libro se subtitula Tratado de cosmología cabalística. Es desde la perspectiva cosmológica, mucho más que de la cabalística, que puedo atreverme a acompañarlo con algunas reflexiones. Creo que conviene precisar, ante todo, la diversidad de acepciones del concepto cosmología y, en particular, de tres acepciones de interés especial en relación con el libro: cosmología física, cosmología filosófica y cosmología religiosa. Cada una de ellas tiene como objeto el estudio de la totalidad. La cosmología física se centra en la realidad física y tiene como objetivos averiguar las leyes físicas fundamentales que rigen el universo, sus componentes elementales, sus estructuras principales (estrellas, galaxias, cúmulos de galaxias, etc.), cuál ha sido su historia desde sus comienzos hasta ahora y cómo evolucionará en el futuro. La cosmología filosófica, más que responder, busca preguntar: ¿Cómo empezó el universo? ¿Cómo terminará? ¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿Su existencia, tiene algún sentido? ¿Hay alguna realidad no observable, sea física o metafísica, ajena a él o paralela a él? La cosmología religiosa, como la física, propone respuestas, que son de otro tipo que las físicas, ya que surgen de preguntas diferentes, más próximas a las preguntas filosóficas que a las físicas, pero con dos matices propios: una dimensión más existencial que propiamente intelectual y unas fuentes diferentes, procedentes de un entramado de experiencias espirituales, intuiciones, revelaciones, más que de observaciones astrofísicas o teorías físicas.
Naturalmente, entre las tres cosmologías se pueden plantear –o no, según la curiosidad y la empatía de los diversos autores– espacios de diálogo. En particular, entre la cosmología de la Cábala y la cosmología física actual caben, como mínimo, a mi parecer, cuatro líneas de diálogo, referentes a las constantes físicas universales, a la unificación de fuerzas, a la ruptura de simetrías y al problema de los orígenes; cuatro temas objeto de numerosas investigaciones y que traté, en conexión con algunos de sus aspectos filosóficos, en mi libro Reescribiendo el Génesis, de 2008, y que han ido adquiriendo un papel todavía mayor desde entonces.
La primera línea de diálogo se refiere a las reflexiones de la Cábala sobre las sefirot, los números fundamentales de la Creación y las reflexiones de la cosmología física actual sobre el papel decisivo de los valores de las constantes físicas universales en la constitución y la capacidad de albergar vida de nuestro universo. Las constantes físicas universales hacen inevitable una reflexión física profunda sobre la sorpresa de por qué nuestro universo es como es y relacionan la vida con las leyes cósmicas globales, en vez de considerarla tan solo como un accidente físico-químico peculiar, local y cosmológicamente menor. Desde la perspectiva puramente física, no invitan necesariamente a una reflexión moral ni existencial, pero, desde una curiosidad filosófica y religiosa, la reflexión existencial que sugieren resulta estimulante.
Un segundo objetivo de la física fundamental, profundamente ligado con la cosmología, es la denominada ‘teoría del Todo’, que consiste en intentar establecer las leyes matemáticas de las interacciones fundamentales y las partículas elementales, a partir de una ley matemática única que, a medida que el valor de la energía va disminuyendo, se va ramificando en las cuatro interacciones –electromagnéticas, nuclear débil, nuclear fuerte y gravitatoria– con que la física describe el mundo. No entraré aquí en las limitaciones del concepto de una teoría física del Todo: aunque, en principio, cualquier sistema del universo podría ser descrito, según esa teoría, a partir de las interacciones fundamentales y los componentes elementales, eso no significa que nosotros estemos en condiciones de deducir todas las posibilidades –inmensas, vertiginosas– de estructuras, ni de explicar por qué en nuestro universo observable se encuentran algunas de esas estructuras o sistemas –por ejemplo, unas especies vivas o unas estructuras galácticas– y no otras que físicamente serían también posibles. En ese punto, el pensamiento biológico darwiniano, con sus aportaciones sobre el azar y la selección, sobre el papel de la aleatoriedad y de la historia, complementa y enriquece el pensamiento puramente físico.
Añadamos a eso un tercer aspecto: las sucesivas rupturas de simetría que se interponen entre la ley unificada de la teoría del Todo y nuestra realidad concreta. Por ejemplo: de las supuestas nueve dimensiones espaciales del universo –según la teoría de supercuerdas– la ruptura de simetría entre las tres que se expanden indefinidamente y las seis que quedan cerradas sobre sí mismas. Otro ejemplo, aún más sorprendente: la necesidad de ruptura de la simetría entre la materia y la antimateria para que en nuestro universo haya podido sobrevivir materia –de otro modo, materia y antimateria se habrían aniquilado entre sí en los primeros milisegundos de existencia del universo, dejando un universo compuesto sólo de luz y de gravitación, sin materia ni antimateria–. Otro ejemplo más: el origen de las galaxias supone una ruptura de la simetría de uniformidad del espacio; sin esa ruptura, la materia del universo estaría distribuida homogéneamente por todo el espacio, en forma de un gas muy diluido.
Finalmente, una cuarta línea de diálogo es la representación de los orígenes. En lugar de un inicio ex nihilo, la Cábala propone el modelo del tzimtzum, en que el universo aparece en una vaciamiento de la densa plenitud divina, que deja espacio y tiempo para la existencia de lo finito y lo limitado. En este libro se distinguirá con detalle entre las sutilezas que permiten diferenciar un Tzimtzum Álef, o primordial, y un Tzimtzum Bet.
Tanto en la perspectiva de los números como en la de la energía como en la de las simetrías, la idea de un ascenso y un descenso de la reflexión humana desde nuestra experiencia limitada y fragmentada a una hipotética visión del mundo a alta energía, unificadora, simétrica, perfecta, resulta interesante para el físico y puede resultar sugerente para el cabalista. A través de las leyes de la física –y de sus modelos cosmológicos provisionales e imperfectos, pero admirables en su envergadura y en su descripción de tantos detalles observacionales– se puede ascender, en una reflexión racional, a una visión que englobe hipotéticos diversos universos, con constantes físicas diferentes, con rupturas de simetría diferentes, con contenidos físicos diferentes. Esas reflexiones ascienden y descienden desde las células biológicas hasta el conjunto del universo: las mismas leyes rigen la compleja riqueza físico-química del interior de las células y la globalidad del universo, aunque con matices diferentes. La gravitación es esencial en este último y las interacciones electromagnéticas en las primeras, pero la buscada unificación de fuerzas, por un lado, y una sintonización peculiar de los valores de las constantes físicas fundamentales, por otro, tienden un puente sobre esas diferencias. Las escalas de energía y de simetría se van presentando en este libro; en palabras del autor: «Debemos aceptar el funcionamiento cosmogónico donde existe un sistema de paradojas permanentes que operan en diferentes bandas de energías en los diferentes universos (olamot). (…) Por lo tanto, para comprender la realidad debemos combinar las paradojas permanentes de los diferentes universos con la asimetría». Así pues, temas cualitativos como bandas de energía, asimetrías y pluralidad de universos pueden formar parte de un diálogo entre la cosmología cabalística y la cosmología física.
Para el cabalista, ese paso entre niveles de realidad no es propiamente matemático, sino básicamente ontológico, espiritual y moral. La comprensión ganada en el ascenso espiritual debe transformar al cabalista en su descenso. Lo que aquí llamamos descenso, en física correspondería al paso de una ley unificada y simétrica a una realidad fragmentada y asimétrica, que es un proceso sutil, largo y complicado. Escribe Mario Sabán: «(…) Los cabalistas quisieron operar desde el Ein Sof hacia abajo porque, de lo contrario, las teorías elaboradas desde nuestro sistema de fragmentación se encontrarían con varios problemas para elevarse, la propia fragmentación y la confusión jerárquica, el dogmatismo de los axiomas y la asimetría del sistema, temas que iremos desarrollando en este trabajo». Las ideas sobre en qué consistan esas fragmentaciones y esas asimetrías pueden ser muy diferentes en la cosmología física que en la cosmología cabalista, pero el contraste entre la unidad, orden y simetría perfecta de la ley más profunda –más secreta, diríamos en el lenguaje de este libro– y la fragmentación, caos y asimetrías que observamos es algo común a ambos lenguajes.
En el ascenso hacia la hipotética ley unificada, se busca comprender nuestro mundo desde una perspectiva más amplia, en que las coincidencias cualitativas y cuantitativas aparentemente casuales que observamos entre fenómenos diferentes tengan una explicación. El cabalista, en cambio, busca en este ascenso una iluminación más espiritual. En palabras de este libro: «Lo único que puede contradecir la existencia y su función es la ignorancia de no conocer la función por la cual nuestra alma ha llegado a este universo espacio-temporal. Sin embargo, si uno se eleva más allá de la materialidad y comienza a percibir la función de todos los fragmentos, entonces puede comprender que existe un función que trasciende a todo. (…) Sin embargo, algo sabemos, por observación: que todo lo que existe solo existe para cumplir una función más allá de su forma, más allá de sus límites».
La idea de esa relación profunda entre los fragmentos, incluso trascendiendo el espacio y el tiempo, también se halla en la física. Por ejemplo, la materia que nos forma –átomos de carbono, nitrógeno, oxígeno, fósforo, etc.– se ha sintetizado por fusiones nucleares sucesivas en el interior de estrellas anteriores a nuestro sol y que, al explotar, esparcieron esos elementos en un entorno formado tan solo por hidrógeno y helio, y que carecía de ellos. Visto así, las estrellas, aparentemente sin relación con nosotros, tienen la función de formar átomos, que a su vez darán lugar a moléculas, macromoléculas y vida. Los átomos que nos forman vienen de otras estrellas, que explotaron hace unos cinco mil millones de años. Nuestro ahora y aquí material es trascendido al comprender el orden físico subyacente. Algo análogo puede suceder a nuestro ahora y aquí moral al ir descubriendo relaciones ontológicas que sobrepasen nuestros límites. Acudiendo nuevamente a palabras de Sabán, podríamos decir: «Todo es trascendente en el sentido de que, para existir, debe salir de sí mismo para cumplir su función. El cumplimiento de su función se encuentra más allá de todo fragmento finito. Así, lo finito se une al Infinito al salir de sí mismo, al salir de la ilusión de la finitud. Entonces, cada vez que sale de sí hacia el otro y los otros se está uniendo a Dios».
Tanto la cosmología física como la religiosa se interesan por el origen del mundo, origen en el sentido de ‘comienzo’ para la física y origen en el sentido de ‘proyecto’ para la religión. La visión del origen en la Cábala es especialmente seductora y da una alternativa interesante a la creación ex nihilo del primer capítulo del Génesis bíblico. Acudiendo a palabras de este libro: «Es por ese motivo que, si partimos del Infinito, podemos decir que no existe la creación ex nihilo (de la nada), sino que la creación es ex Ein Sof. Tendríamos que pensar que la creación, para la Cábala, es un proceso donde el Infinito se retira de sí mismo (se exilia) y crea la nada. La creación es la nada del vacío, que tendrá posteriormente que ser llenado. No es que no existía nada antes del tzimtzum sino que justamente existía todo, pero esa totalidad es inabarcable para la mente humana finita espacio-temporal, ya que allí encontramos al Ein Sof. Todo en el Ein Sof es simultáneo y explicarlo con nuestro lenguaje hace que caigamos en la idea de un tiempo pasado-presente-futuro que nos distorsiona todas las explicaciones posibles».
Para terminar esas ideas de acompañamiento a este libro rico, complejo y minucioso –pero difícil para el que carezca de algunas nociones elementales de Cábala– me referiré a otra posible línea de diálogo entre las cosmologías física y cabalística, basada en la teoría de la información –concepto que, junto con los de materia y energía, forma las bases de la descripción de la realidad física-. En efecto, así como en la materia hay toda una escala de complejidad emergente, que recorre las partículas elementales, los átomos, las moléculas, las macromoléculas, las células, los organismos pluricelulares, hasta llegar al cerebro capaz de pensar un universo, también en el mundo de la información va apareciendo una escala emergente, todavía insuficientemente estudiada, de letras, palabras, frases, párrafos, textos, que abren capacidades de significado más y más amplias. Esa perspectiva tal vez permita dialogar con más detalle, en un futuro, la cosmología cabalística con una futura cosmología física que vaya desde la información más profunda del yo hasta la información más crucial del universo.
He comentado aspectos de la física que podrían invitar a un diálogo con la Cábala. La Cábala, asimismo, puede invitar a la física a trascender en algunos momentos su especialización y hacer –como ha hecho en diversas ocasiones a lo largo de su historia- un puente con el humanismo. Citaré, para concluir, tres frases de este libro que invitan a la vez al diálogo y a la precaución en el diálogo.
Una se refiere a que nuestro lenguaje es sucesivo, no apto para poseer el carácter simultáneo de la amplitud de la realidad: «Quizás no declaramos al comienzo de nuestro análisis que todo es simultáneo y que nuestro lenguaje, que parece sucesivo en el orden espacio-temporal, en realidad tiene que explicar realidades que son simultáneas».
Otra frase se refiere a la tradición judía del exilio y el lenguaje como patria, y la propuesta de considerar asimismo el universo como un exilio y no solo como un espacio: «al desear retornar, lo que desea el alma es cumplir su función y, cuando cumple su función, más elevada está en el camino de la realización del retorno. Es por ese motivo que, dentro de la tradición del judaísmo, se ha trabajado tanto el exilio y el lenguaje, que es la única patria que tiene el exiliado. Sin embargo, a mí me gustaría comprender el exilio desde el punto de vista cosmogónico. En realidad, el Ein Sof se exilió para poder crear el universo».
Y, finalmente, una frase que nos recuerda que la cosmología invita a una oscilación –tal vez un atractor extraño– entre ascenso y descenso, entre trascendencia e inmanencia, entre el yo y lo otro: «El Infinito tuvo como objetivo su descenso a la inmanencia. Es decir, que el proceso fue de autoinmanencia. La única trascendencia posible del Ein Sof es su inmanencia. Y la única inmanencia posible de sus fragmentos es la trascendencia, porque sabemos que existe una oscilación constante entre la trascendencia y la inmanencia».
21 abril de 2020
David Jou