Sinopsis
Mario Sabán: «Estoy feliz de publicar Las estrategias del Satán porque el alma humana tendrá las herramientas más potentes de la cábala hebrea para salir adelante y lograr el éxtasis de los niveles superiores».
Uno de los asuntos fundamentales de toda la tradición de la Cábala es el problema del mal.
A lo largo de los siglos, los filósofos intentaron por todos los medios y acercarse a una comprensión del mal, exponiendo infinidad de argumentos. Mario Sabán, desde su visión, duda de si alcanzaron el núcleo profundo del tema. «En la filosofía no encontré una explicación razonable al problema del mal», asegura el autor.
Los cabalistas, por el contrario, comprendieron que el bien y el mal son dos realidades vigentes y activas y que el ser humano debe enfrentar de modo valiente esta experiencia.
Para el autor, según confiesa, el mal ha sido durante años objeto de gran preocupación: ¿Qué sentido tiene el mal? ¿Por qué Dios introdujo el mal? Los males de los seres humanos sobre otros seres humanos, los males exteriores, los males no intencionales…
El primer problema del mal es que existen varios tipos de mal absolutamente diferentes, nos dirá Mario Sabán en este libro. Los cabalistas identificaron estos niveles de mal de acuerdo a las limitaciones de cada universo. En cada magnitud de energía existe un tipo de distorsión que nos conduce al mal.
En la obra, Sabán analiza el mal desde el pensamiento de Isaac Luria y explica cómo explotaron las energías en el Tzimtzum Álef dando lugar al nacimiento de los primeros desequilibrios cosmogónicos (las kelipot).
El lector también encontrará un análisis original del libro de Job, que es el texto fundamental en el que, en la tradición judía, se analiza el mal.
El Satán es una energía proveniente del mismo Dios porque es él quien formó el mal. El Satán no es un contrapoder a la Divinidad: es el mismo poder divino que aparece de un modo que puede ser incomprensible para el ser humano por el dolor que nos causa.
Esta obra no evade el dolor humano, sino que enfrenta el problema del bien y del mal de lleno, de un modo directo.
Este análisis tampoco pretende ser una forma de consuelo, porque justamente la idea de la investigación fue enfrentar la verdad, cualquiera que sea la conclusión a la que nos lleve el estudio.
Al final, asegura el autor, el mal solo fue diseñado para un crecimiento más rápido hacia la luz de Dios.
Mario Sabán: «Es mi mayor deseo que todos disfrutéis de esta obra y que su luz los eleve a las alturas».
Prólogo
Tras las huellas divinas del mal
En épocas de pandemia, de contagio y muerte, en épocas que se impuso un confinamiento que alteró nuestra vida cotidiana, luego de haber declamado hasta el hartazgo la necesidad de contar con un tiempo para nosotros mismos; no creo casual la aparición de este libro.
Una vez más, Mario Sabán nos interpela invitándonos a reflexionar sobre un tema que atraviesa a toda existencia humana: el mal. Un análisis desde la cábala hebrea.
Para quienes provenimos de otros campos de estudio, el abordaje del texto exige el detenimiento necesario acorde a la espesura del trabajo de investigación.
El autor no pretende desarrollar una genealogía del mal, sino situar la visión del mal en la mística judía, y lo emprende a partir de un encadenamiento conceptual que va eslabonándose en cada una de sus páginas con la intención de que el lector pueda comprender el modo en que fue interpretado el mal en los textos místicos del judaísmo.
Como subraya en sus páginas: «En la cábala hebrea, todo tiene una función y el mal también la tiene. Es por ello que el mal forma parte de la espiritualidad judía».
Pero no se trata del mal desde una concepción dual, como una fuerza independiente de la Divinidad, del espíritu contra la materia, del alma contra el cuerpo, del bien contra el mal, ya que «en la mística judía no existe objetividad ni subjetividad, ya que todo es lo mismo, no existe lo interior ni lo exterior, no existe ni lo femenino ni lo masculino. Para el cabalista, existe el Ein Sof, que unifica los supuestos opuestos de esta existencia».
El mal, bajo el ropaje de adversidad, enfermedad o muerte, tiene su afectación en el plano subjetivo y representa un desafío para quien lo padece. Un obstáculo del que no queda eximido el sufrimiento ni el dolor y se precisa de la resistencia del yo, pues solo así se revelará el sentido oculto como luz y aprendizaje de un camino espiritual ascendente.
El mal subjetivo tiene, para el cabalista, su vinculación de origen con el proceso mismo de la creación. Esta es la manera en que la mística hebrea busca dilucidarlo por entender que todos los males derivan de un mal cosmogónico. Es allí donde se desarrollan todas las energías provenientes del Ein Sof y en dicho marco nos desarrollamos nosotros como energías subjetivas y cosmogónicas, tal como refiere uno de los capítulos.
Considero importante describir a grandes rasgos este proceso complejo y señalar las cuestiones nodales respecto al misterio de la creación, que fueron tratadas por el autor en su libro Maasé Bereshit, a los fines de situar su análisis e interpretación del mal de manera más acabada.
En la cábala hebrea, el misterio de la creación se estructura desde un simbolismo de la luz o un simbolismo del lenguaje.
Desde una mística de la luminosidad, el mal tendrá su origen en un proceso que puede emparentarse con la ciencia física y la teoría del inicio del universo (Big Bang), y en cuyo desarrollo se manifestará la divinidad del acto.
Por la otra, es factible abordarlo desde una mística del len- guaje. En hebreo, las palabras provienen de una misma raíz y de la manera en que se ordenan las letras pueden significar lo opuesto: lo positivo o lo negativo, el bien o el mal para las personas. Las letras hebreas en sí mismas no son energías buenas ni malas, sino que representan energías existentes sin valor moral.
Desde esta perspectiva, el autor propone el lenguaje como instrumento para la descomposición del mal, un método de rotación lingüística que permite readecuar la energía negativa de manera positiva según la ocupación espacial de las letras y como las mismas tienen un valor numérico determinado, lo mantienen y reequilibran su energía.
Mario Sabán hará uso de ambas estructuras simbólicas. El proceso se inicia de lo infinito a lo finito, de la perfección divina a la imperfección humana, de la unidad a la multiplicidad, de lo indecible a lo decible, de lo incognoscible a lo cognoscible, de lo eterno e ilimitado a la fragmentación con su condición de tiempo y espacio. Del mundo de la Álef al mundo de la Bet y las sefirot como manifestaciones de Dios en el Árbol de la Vida.
Dios es el infinito Ein Sof. Es el estado de la eternidad divina imposible de ser conceptualizado por nosotros, seres finitos, limitados. En el Ein Sof no existe ni tiempo ni espacio, no existe deseo ni falta, y ningún término puede describir de manera acabada su perfección, ya que cualquier atributo o cualidad que se le adjudique implicaría delimitarlo.
El infinito Ein Sof se manifiesta como Or Ein Sof (luz infinita), cuya luminosidad todo lo abarca. Cabe aclarar que todo el proceso de la creación va a expresar la voluntad divina, en el que existe una relación causa-efecto, en cuya concatenación el efecto ya se encuentra incluido en la misma causa. Es decir, todo el proceso, con su desarrollo, sus dificultades, sus imperfecciones y correcciones ya habían sido contemplados en la idea misma de la creación.
Del Ein Sof emanó el primer universo, Adam Kadmón, el Hombre Primordial, y en él se manifestó su nombre: Yod, Hei, Vav, Hei. Adam Kadmón, el Hombre Primordial, es la imagen general del hombre, la de toda imagen humana. Adam Kadmón es el plan general de la creación. Aquí se encuentran contenidos todos los mundos y se simboliza con el Árbol de la Vida. De Adam Kadmón emanaron diez luces (orot) y de estas, diez dimensiones (sefirot). La idea del Árbol de la Vida se reveló o, mejor dicho, se autorreveló en el mundo de Atzilut (Emanación).
Este es el segundo universo luego del Adam Kadmón y ambos se encuentran en el Ein Sof, donde no existe tiempo ni espacio, o sea, no pueden ser considerados universos espaciales.
En el libro El canto del alma, Rab Iejiel Bar Lev señala que si quisiéramos comparar estos dos mundos a los fines de nuestra comprensión podemos decir que Adam Kadmón y Atzilut difieren entre sí como voluntad y pensamiento: «La voluntad es una forma abstracta e ilimitada mientras que el pensamiento representa parte de la voluntad, la parte más relevante y relacionada con el objetivo último».
Pero para que la creación pudiera manifestarse era necesario un espacio vacío. El proceso se inicia cuando el Ein Sof se pone en movimiento.
Aquí se introduce la deslumbrante idea del cabalista Isaac Luria: el tzimtzum, que se traduce como ‘contracción’. Según Gershom Scholem, en el lenguaje cabalístico tzimtzum significa ‘retirada’ o ‘retraimiento’. El primer movimiento del Ein Sof no es de emanación, sino de retracción sobre sí mismo. Dios se autolimita, se retira sobre sí y, en lugar se proyectarse hacia fuera, contrae su ser en una más profunda ocultación de su yo. El Ein Sof, con su movimiento de autocontracción de luz infinita Or Ein Sof, produjo en un punto el vacío necesario. Si hay vacío, hay espacio limitado, finito, y Sabán nos aclara: «Los tres factores nacen al unísono. El tiempo, el espacio y el movimiento se crean simultáneamente: con el primer movimiento se crea el primer espacio y el primer tiempo».
La autocontracción de la energía o de luz infinita del Or Ein Sof es una autolimitación en un punto que produce un vacío (jalal panui) y deja una energía residual, de baja intensidad, denominada reshimó. «La diferencia entre el vacío y el Ein Sof no es la inexistencia de energía, sino la diferencia de los niveles de energía. En el vacío existe energía de magnitudes finitas, por ese motivo el vacío no desaparece».
Cabe aclarar que previo a la aparición del vacío estábamos situados en el mundo de la Álef, en el mundo de la esencia divina, de lo eterno, en el que no existen contracciones, ni limitación, sino autorrevelación. Con el vacío se inicia el mundo de la Bet, de la finitud, con su limitación de tiempo y espacio.
Es el mundo de las manifestaciones. En Bet se manifestará aquello que ya estaba de manera potencial en Álef.
Esta autolimitación, este repliegue de Dios sobre sí mismo, es un ocultamiento de sí. En el mundo de la Álef, del Infinito, de la esencia, no existe lo oculto. En el mundo de la Bet se presentará lo oculto, pero también lo factible de ser revelado. El infinito Ein Sof, en su carácter de creador, se oculta para que pueda revelarse su creación.
La secuencia es la siguiente: primero la unidad absoluta, donde no existía el número uno, ya que no existía la posibilidad fragmentaria de la numeración. A partir del nacimiento del vacío (del cero) aparece la dualidad (el dos) y, dentro del mundo de la fragmentación, la numeración infinitamente fragmentaria.
En ese espacio vacío de la no-existencia se va a desarrollar la existencia.
La energía proveniente del Ein Sof va a llenar el vacío, pero para recibir la potencia infinita del Or Ein Sof y que este no lo destruya deberá recibir, pero con límites. El reshimó, esa energía residual que quedó como consecuencia de la autocontracción del Or Ein Sof, va a actuar como filtro (masaj) de los sucesivos envíos de energía. Es gracias al masaj que las energías provenientes del Ein Sof se limitarán hasta llegar al límite máximo de la existencia material.
Una línea de luz potente (kav) que proviene del Ein Sof choca con el filtro (masaj). Como consecuencia de ese choque se sucederán una secuencia de restricciones y expansiones que darán lugar a la creación secuencial de universos, en el que la luz atravesará diferentes filtros en el vacío.
Cada universo se irá encapsulando uno dentro del otro, vistiéndose uno dentro del otro, siendo a la vez emanador y emanado. En el vacío se manifestarán tres universos: Briá (Creación), Yetzirá (Formación) y Asiá (Materialización).
Todos los universos están conectados con el Ein Sof y la estructura de cada uno de ellos estará conformada por el Árbol de la Vida y las diez sefirot (dimensiones).
La sefirot son los modos en que se revela la voluntad divina del Ein Sof.
Como puede observarse, el tzimtzum es un proceso continuo y no el acto de un solo movimiento.
Ahora bien, en su primer intento, la potencia de la línea de luz (kav) no pudo ser regulada por el filtro (masaj), produciéndose dentro del vacío lo que el cabalista Isaac Luria caracterizó como ‘la ruptura de los recipientes’ (shvirat ha-kelim).
El infinito Ein Sof es dador de luz, mientras que las vasijas solo reciben luz. En tanto la creación es a imagen y semejanza, es el mismo Ein Sof quien hace que falle el primer intento, ya que estas vasijas no solo deberán recibir, sino también dar.
Siguiendo el desarrollo de Mario Sabán: «Los recipientes o vasijas de contención que debían responsabilizarse de la resistencia energética en el reshimó fueron las sefirot (las dimensiones). El filtro (masaj), en su proceso de organización de la energía del reshimó, había construido dentro del mismo diez resistencias energéticas (sefirot) que debían actuar de kelim (recipientes de resistencia energética). Dichas sefirot ya se encontraban en potencia, pero pasaron a existir para organizar la energía del reshimó dentro del vacío».
Las sefirot creyeron poder actuar por sí mismas, pero la potencia de la luz (kav) proveniente del Ein Sof las hizo estallar, fragmentándose. En el pasaje de la idea a la manifestación, las dimensiones, que habían sido creadas para actuar de manera coordinada, creyeron que podían resistir de manera independiente. La potencia del kav destruyó a aquellas sefirot que actuaron de manera autónoma. Por este motivo aparecerá el Árbol de la Vida, para que las sefirot actúen de manera coordinada y resistan la potencia del kav.
Los estudiosos de la cábala consideran que la ruptura de las vasijas o recipientes produjo el surgimiento del mal ya que, al estallar, las dimensiones tenían adheridas unas kelipot (cáscaras) que recubrían esas chispas divinas, ocultando lo divino.
Este estallido en fragmentos es el mundo del tohu, del caos. Este fue el primer estado de la creación del universo: el mundo del caos, la confusión, la fragmentación.
Es interesante la reflexión del rab. Aryeh Kaplan: «Los pedazos rotos de estas vasijas cayeron en un nivel espiritual inferior y por consiguiente se convirtieron en la fuente de todo mal. Se dice por tanto que tohu (caos) es la fuente del mal. La razón por la que las vasijas se crearon originalmente sin la capacidad de contener la luz fue para que el mal pudiera llegar a existir, dándole así al ser humano la libertad de elección, que como hemos visto es necesaria para la rectificación de las vasijas. Además, como el mal se originó en las vasijas originales más elevadas, puede rectificarse y volverse a elevar hasta ese nivel». El mal ya formaba parte del espacio en donde iba a desarrollarse la existencia.
Al movimiento de contracción, tzimtzum, y de ruptura de los recipientes, shevirat ah kelim, el cabalista Isaac Luria va a completarlo con el concepto de reparación o rectificación del mundo (tikún olam).
Como fragmentos finitos, limitados en tiempo y espacio, deberemos afrontar la tarea de rectificar la imperfección por el apartamiento del infinito Ein Sof y será la eticidad de nuestras acciones las que nos aproximen en la obra hacia esa imposible unidad.
El desarrollo de este apretado proceso, que es de suma complejidad y que ha dado lugar a profundos trabajos, fue descripto por entender que a partir del mismo Mario Sabán va a desarrollar su concepción del mal en la cábala.
Si bien considera que la ruptura de las vasijas o recipientes es un tipo de mal propio de la fragmentación, va a diferenciarlo del mal que considera que es estructural e inmanente al proceso mismo de la creación.
Por una parte, entonces, un mal que tiene una presencia existencial y, por el otro, un mal derivado de la confusión.
El primero remite a un mal cosmogónico, energético, con el que vamos a tener que lidiar para alcanzar un equilibrio. El segundo, como tohu (confusión), será el puntapié inicial para introducirnos en su análisis del mal desde la cábala.
Para finalizar, me gustaría agregar una cuestión sustantiva y que de alguna manera subyace en este escrito a pesar de no haber sido señalado. Gerschom Scholem advierte de que la aparición de la cábala Luriana coincide con la época de la expulsión de los judíos de España y el desarrollo de la teoría del tzimtzum de Luria es un gran mito del exilio y la redención.
Un exilio, en el que se vincula la historia con el propio exilio de Dios, nos convoca a la tarea colectiva para alcanzar con nuestros actos la redención.
Durante el transcurso de la lectura es imposible no preguntarse: ¿quién escribe este texto?, ¿un académico?, ¿un cabalista?, ¿un teólogo?, ¿un profesor, un investigador, un místico? Creo que, de alguna manera, en el pensamiento de Mario Sabán se conjugan todos estos lenguajes y visiones como resultante de un sentimiento profundo, que emerge con la potencia de una energía vital, que tiende a expandirse en la búsqueda de conocimiento como elevación y como transmisión para inscribirse a través de la palabra escrita. De alguna manera, me atrevo a decir que la obra de Mario Sabán es portadora de lo que representa para sí mismo su concepción del judaísmo y del ser judío.
Gustavo J. Nahmías